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RM

Antes de la llegada del conquistador Pedro de Valdivia, existía un pueblo llamado Llopeo (Río Hermoso) en las cercanías de donde hoy se encuentra la comuna. Junto a ellos, vivían otros caseríos indígenas conocidos con los nombres de Alhué, Puangue, Chiñigue, Calera de Tango, Pelvín (actual Peñaflor), Melipilla, Paicoa y Talagante

Las laderas de los cerros de Alhué son ricas en oro, plata y zinc. Minerales que extrajeron primero los indígenas nativos y luego los incas, quienes también sacaban del Horcón de Piedra, una roca azul llamada dumortierita, parecida al lapizlázuli.
El territorio estuvo bajo el mando del cacique Albalalgue hasta la llegada de los españoles, quienes liderados por Pedro de Valdivia fundaron Santiago el 12 de febrero de 1541. Una vez asentados en el Valle del Mapocho, el gobernador entregó grandes extensiones de territorios a sus soldados más leales.

En tiempos prehispánicos, el valle de Tango era ocupado por caseríos familiares que se dedicaban a cultivar la tierra a través de un sistema de canales que fue perfeccionado con la llegada del imperio inca.
A estos últimos se les atribuye también un sistema de autodefensa bastante avanzado constituido por una fortaleza de piedra ubicada en los cerros de Chena, denominada “Pucará”.

Pese a tratarse de una comuna creada en el siglo XX, la relevancia del sector es crucial en la historia del país. A la llegada de los conquistadores españoles, este territorio se conocía con el nombre de Apochame y era comandado por el curaca Incagerulonco o Incageruloneo, uno de los jefes indígenas que participaría del primer parlamento de indios convocado por el capitán Pedro de Valdivia.

Cerro Navia recibe su nombre del cerro que abarca una superficie de 2,7 hectáreas y que tiene una altura de 511 metros sobre el nivel del mar. Se trata de una colina de forma triangular, que se encuentra en avenida Mapocho y que posee un gran valor ancestral.
Según los estudios de Rubén Stehberg y Gonzalo Sotomayor, el lugar aparece designado en los documentos de los siglos XVI y XVII, como cerro La Guaca, Huaca o Waca, vocablo de origen quechua que alude al carácter sagrado que tenía el cerro para los incas y posiblemente también para las poblaciones locales pre-incaicas. Esta loma sería la contraparte astronómica del cerro El Plomo y el portezuelo Provincia -San Ramón, correspondiendo al lugar del ocaso y el amanecer, respectivamente.

La presencia humana es de larga data en el territorio que hoy se conoce como Colina. De acuerdo al hallazgo de restos arqueológicos, la Cultura Aconcagua habitaba estas tierras al momento de la llegada de los grupos Diaguita Incas, con quienes se produce una fase de transculturización.
Prueba de ello es el sitio arqueológico Peldehue, donde fueron encontradas cerámicas y un enterratorio con sus respectivas ofrendas, que muestran la influencia del imperio.

Cuando las tropas de Diego de Almagro llegaron a Chile en 1536, Conchalí era ocupada por los indios yanaconas, como son llamados a los indígenas que fueron servidumbre de los incas.
Para el arribo de Pedro de Valdivia, el territorio era conocido como la puerta de entrada hacia el “Camino del Inca”, la red del imperio que unía Ecuador, Perú y Chile (Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco) y que fue seguida por los españoles en su conquista del continente.

El primer documento oficial de la comuna se remonta al año 1550, a través del cual el conquistador Pedro de Valdivia entrega a Juan Bautista Pastene las mercedes de tierra y la encomienda de los indígenas picunches que habitaban a orillas del río Puangue, específicamente junto al cerro llamado antiguamente cerro de las Brujas, que está detrás del actual cementerio.
El italiano -que llegó a ser el almirante del Mar del Sur, además de alcalde y regidor de Santiago- recibió las tierras y sus respectivos caciques: Antequilica, Chumavo y Catalangua. El pueblo del Puangue estaba ubicado en las inmediaciones de Curacaví y en él existió un tambo que había pertenecido a los incas 1. En el lugar, que pasó a nombrarse como Tambo Viejo del Puangue, Pastene instaló una fábrica de frazadas y jarcias (cables y cuerdas para las embarcaciones) utilizando el cáñamo y lino que mandó a sembrar.

La familia del militar español Pedro Gutiérrez de Espejo (1653-1725) fue la propietaria de los fundos que hoy abarcan las comunas de Lo Espejo, La Cisterna, San Bernardo y el Bosque. Miles de hectáreas que se destinaron a la agricultura y la viticultura, y que fueron favorecidas con la construcción de los canales San Carlos y del Maipo.
Un tercer canal pasó por el actual paradero 40 de la Gran Avenida, el canal Espejino, en donde se plantó un bosque a partir de 1850, el cual se extendía hasta el paradero 31 de la misma ruta. Así, el sector comenzó a ser conocido como El Bosque de Lo Espejo, y luego simplemente El Bosque.

A mediados del siglo XIX, los hacendados que habitaban los actuales terrenos de Buin reclamaban la conformación de una ciudad. Tal era su interés en ello, que José Molina, Luis Goycolea y Francisco Lafrebre estuvieron dispuestos a ceder parte de sus propiedades para que se forme la comuna.
Según describió el intendente Benjamín Vicuña Mackenna, la planta de la villa es la de “una ciudad perfecta”, con 44 manzanas cuadradas y calles anchas. “Existe una plaza, punto céntrico de todas las manzanas que están surtidas de agua corriente trayéndola del Maipo por el canal de Pachecano, i una alameda i una cancha de carreras, que deja algunos pesos a la Municipalidad de Rancagua (…) no hai motivo alguno de vacilación para fijar en ella la cabecera de un futuro departamento” indicaba en su libro La visita sobre la provincia de Santiago 1. Es así como los terrenos donados sirven para dar a espacio a plazas, avenidas, la iglesia, un mercado, un cementerio y una Casa Consistorial.